Hemos aprendido a lo largo de nuestra vida a amar y a ser considerados con todos los demás; amamos a nuestros padres, a nuestros hermanos, familiares, amigos, etc. A muy pocos seres humanos nos enseñaron a querernos sin condiciones a nosotros mismos. Fuimos entrenados para integrar en nuestra mente y corazón creencias tales como que teníamos que preferir el bienestar de los demás antes que el nuestro propio para no hacerlos sentir mal, o porque qué pensaran? o qué dirán? no era importante que pasáramos por encima de lo que queríamos y sentíamos, lo importante era agradar a los otros, así nos sintiéramos mal, para no ser “egoístas o malas personas”
Ya lo dijo el gran maestro “Ama a tu prójimo como a ti mismo” esta máxima implicaba que al amor por ti mismo, tenía que ser lo primero y que si ese amor era tan incondicional sería mucho más sencillo amar a los otros, imposible amar a otro si no siento amor por mi mismo. Siento que esto fue tergiversado, el mensaje que nos transmitieron fue “en realidad Ama a tu prójimo antes que a ti mismo”.
Normalmente estamos buscando aprobación que nos valoren, que nos quieran, que nos respeten, que nos vean, etc, etc, pero…. Es algo que nosotros hacemos? Nos aprobamos? Nos valoramos? Nos respetamos, nos vemos? Vemos lo que realmente somos?.
Con el tiempo adoptamos otra creencia de que amarnos era comprarnos ropa, darnos gusto, comprar cualquier tipo de cosas que nos hicieran sentir bien y decíamos con toda propiedad “es que yo me quiero mucho y merezco lo mejor” sin embargo a la menor “falta” cometida basados en nuestras creencias, nos tratamos de lo peor expresamos palabras tales como “qué bob@ soy, que brut@, cómo hago eso, que gord@, qué fe@, qué flac@, como estoy de horrible, etc. etc.
Somos demasiado crueles con nosotros mismos, nos juzgamos, nos criticamos, nos regañamos, nuestro diálogo interno es a menudo una serie de reproches por lo que hicimos, por lo que sí hicimos, por lo que no dijimos o dejamos de decir en fin, claro estas expresiones nos parecen normales, pero tienen ellas una fuerza que hace que inconscientemente nuestra autoestima sea reducida y nos sentimos mal, no merecedores, indignos, pero no nos damos cuenta de donde provienen todos estos sentimientos.
Otra forma de minimizarnos es cuando odiamos y luchamos frecuentemente por eliminar los supuestos defectos que creemos tener tales como “soy perezoso, soy criticón, soy pasivo, soy mal geniado, soy egoísta, no me gusta esto o aquello de mi, etc, amarse a uno mismo es justamente integrar esos aspectos “negativos” que andamos resaltando constantemente y al mismo tiempo intentamos ocultar. Nos
amamos reconociéndonos como seres perfectos y abrazando todo esto que “no nos gusta” de este modo podremos transformarnos en seres amorosos, compasivos, tolerantes, comprensivos, conscientes del infinito amor que realmente somos.
Amémonos de forma tal que irradiemos ese amor hacia afuera y podamos así ser realmente felices, sabemos que nos estamos amando cuando no nos culpamos, no nos reprochamos, no nos enojamos con nosotros mismos por absolutamente nada de lo que hacemos y cuando alimentamos constantemente pensamientos que nos llenen de bienestar, y dicha plena, total y duradera, aunque las circunstancias aparentemente no sean las mejores, el amor que sentimos hacia nosotros mismos, fortalecerá nuestra estima y más aún nuestras relaciones externas.
EMPECEMOS A AMARNOS INCONDICIONALMENTE, ES UNA INVERSIÓN EXCELENTE Y MUY RENTABLE.